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marzo 24, 2021

Cuchufletas y otras vainas

marzo 24, 2021 27 Comments

 


Queridos amigos y compañeros:

En esta oportunidad comparto con vosotros mi relato en la web de Café Literautas  presentado dentro del Reto de Escritura Creativa #14, 2021 - Febrero «Fabulosa F», siendo obligatorio incluir las palabras: fiero/funesto/facundo (en singular o plural, y el género que mejor se adapte al relato), siendo de una extensión máxima de 750 palabras. También participo dentro del reto opcional que en esta oportunidad nos pedía elaborar un relato que pueda calificar como Literatura de Humor/Comedia. Personalmente lo he transformado en un relato de humor surrealista y disparatado. Deseo que os haga olvidar por un momento la complicada situación que atravesamos a nivel mundial y os haga pasar un rato muy divertido.

Quisiera agradecer públicamente a los compañeros de C. L. por su desinteresada ayuda a la hora de ofrecerme amablemente sus interesantes observaciones, como Isabel Caballero, Pepe Espí Alcaraz e Isán, habituales contertulios de este blog, junto a otros habituales de dicha web.

Deseo que disfrutéis de la lectura y muchas gracias por vuestras atentas visitas y comentarios.

 

 

       Me llamo Filemón Tijerero, «no me toques el pandero», bueno esto último olvídalo y pelillos a la mar... Mi fenotipo se caracteriza por el color negro: ojos negros, barbinegro y moreno de verde valle; patizambo de nacimiento y larguirucho como un cucurucho.
       Soy un afamado y fecundo diseñador de prendas de lencería fina venusina y corsetería de alta costura, aunque la diferencia es casi inexistente, ya que su función es la misma, aun así su finalidad cambia una de la otra. Por ejemplo, la lencería fina se destina a bailarinas cisne y señoras lechuguinas de buen ver; delicadas golondrinas femeninas que insinúan travesuras de colchón en colchón. En cambio, la corsetería se inclina por la zona de confort, sin grandes estridencias, pero siempre cómoda y fácil de confeccionar, utilizando materiales básicos que escondan los repelentes «molletes» o las inoportunas estrías postparto.

       Mi padre fue un famoso corsetero con facundia, que se encargó de endosarme el oficio y heredar el fornicio, algo que me provoca sueños impúdicos, porque no puedo evitar imaginarme rodeado de ninfas voraces y salvajes restregándose por mis caderas arriba y abajo; propiciando escenas de alto voltaje arrabalero que terminaban dejándome como una piltrafa al tirar del nudo de sábanas por la mañana, emulando a Tarzán deslizándose al suelo y con síndrome diarreico por el mero hecho de iniciarse la jornada laboral.

      Mis empleados siempre cuchichean mientras les doy la espalda, aunque procuro poner cara de póker superestar y evaporarme de su vista como una liebre corriendo hacia la zanahoria de marihuana oculta en el doble fondo de un cajón de mi escritorio, junto a los ligueros que les suelo robar a mis modelos favoritas, cuando las pillo en un requiebro.

      En cambio, en las pasarelas de moda, todo es glamour con perfume de Condesa de Pompadour. Suelo gozar como un poseso travieso acompañado de tanto «bellezón», flanqueado de nubes de fotógrafos empecinados en disparar a tiempo la mejor instantánea. Después, espero impaciente el momento cumbre, surgiendo por un estrecho corredor hasta el centro del salón de moda, donde un cañón de luz persigue los movimientos que describo para despedir la colección con dos «femmes fatales» de cada brazo, atrapado en sus fieras redes, tirándome los tejos con sus miradas siamesas de tigresas y aguardando el instante de morderme los labios, algo que me inquieta con desazón y me vuelve remolón.

        Mi vida no se relega a «fiestongos» y alegrías, no obstante, reconozco que hay de todo como en botica, aunque apenas soy consciente de lo que acontece, porque con tanta jarana y francachela lúbrica de jovencitas famélicas y poca chicha donde agarrarme, termino flipando a base de cogorzas y cantando «El Chiringuito» de Georgie Dann, hasta que me llevan en volandas a dormir la mona y evocar monadas despelotadas.

       Aunque elegir los tonos es lo que peor llevo, ya que suele dejarme medio ciego. Que si blanco sucio, blanco hueso, blanco antiguo, blanco crema; blanco roto, blanco tiza, blanco frío y blanco seda para acabar con el repertorio de matices y hacerme chiribitas los ojos. Con los beiges me dan las doce y la una de tantas variantes, y los negros, otro dolor de cabeza, porque lo que es el negro a secas no convence, hay que ofrecer rompedoras novedades y seducir con la gama completa a las compulsivas compradoras.

       De cualquier modo y siendo sincero, he de decir, que lo más funesto es llegar un día y advertir como las juguetonas «fierecillas» se han transformado en evanescentes sombras de su sombra, esqueléticas siluetas dispuestas a encararse conmigo, exigiéndome un contrato indefinido. Años de profesión tirados por la borda, noches de pasión desapareciendo por las alcantarillas, la diarrea galopante ensañándose con los pantalones, y yo, un capullo arrepentido por haber accedido a los tiránicos ruegos de estas furibundas arpías, demandándome una dieta estricta a base de forraje diario e infusiones de «Lo que el viento se llevó».

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados 

 

febrero 01, 2021

Los Trópez

febrero 01, 2021 51 Comments

fotomontaje de Estrella Amaranto

Os informo de que ya está aquí la 4ª Temporada del Concurso Literario El Tintero de Oro en su XXV Edición, correspondiente al mes de febrero de 2021 para homenajear a Tom Sharpe, autor de la afamada novela Wilt. Espero que también os animéis a participar, para ello os incluyo los requisitos y mi propio relato.

REQUISITOS FORMALES

  • Solo un relato por autor y blog. 
  • El relato debe publicarse en el blog del autor del 1 al 15 de febrero de 2021
  • La extensión del relato no deberá superar las 900 palabras. 
  • Para participar, bastará con añadir el enlace a vuestro relato en los comentarios de la entrada del blog del Tintero de Oro que dé inicio a la convocatoria.
  • Tema: un conflicto de pareja narrado en tono humorístico.  

Sin entrar en muchos detalles, me limito a ofreceros la lectura de mi propuesta y os agradezco vuestros amables y siempre valorados comentarios. Como es mi costumbre os intentaré devolver vuestras huellas con mucho gusto.

 
 
         En el domicilio de los Trópez, sus ocupantes Ágata y Gonzalo, una pareja que ha tropezado con la indolencia de la rutina, representa la copia perfecta de una oficina de «objetos perdidos». Como un pingüino en el desierto, ella se desvanece en la amplitud del salón, mientras él añade dos cucharaditas de azúcar al café y lo remueve con cuatro vueltas.
        Hoy, sin ir más lejos, la voz de Ágata se ha vuelto un moscardón persiguiendo a su pareja.

        —Tenemos que hablar —determina con aplomo, clavándole la mirada.
        —¿Qué te ocurre?
        —Tranquilo, aún no me he planteado la separación, pero no la descarto. ¿Y tú...?
        —Intentemos alcanzar la orilla.
        —¿Qué orilla?, si no hay horizonte.
        —Francamente, me importan un bledo tus chorradas. ¡Estoy harto!

       Tras el mazazo, ella comienza a descargar un tornado de reproches sobre los amplios hombros de su pareja, haciéndole culpable, para luego acomodarse en la silla de madera maciza con las rodillas separadas, detrás de la mesa, concentrada en la lectura de una novela, acariciando los bordes con las puntas de los dedos.
      Resuelto a limar los filos de la discordia, Gonzalo formula la misma pregunta de las siete y veinticuatro de la tarde al expirar el otoño, sobre la disfunción lumínica que propicia el tenue resplandor que traspasa las cortinas, predispuesto a encender la lámpara de pie metálica junto a la ventana. Esta vez, para fastidiarle, ella le ignora, sin emitir palabra.
        A través del pasillo, sobresale la voz entrecortada de la abuela, que pregunta por su marido, sin tener en cuenta la idea de su fallecimiento, o para ser exactos, fantasea con su presencia con tal de incordiar al yerno, a quien detesta como a las coles de Bruselas.

       —¿Dónde está Marlon?
      —¡Cállese, cotorra! Se llamaba Manolo y no Marlon. —Implosiona Gonzalo como una bomba de relojería, en su animadversión hacia la suegra, tan culta y atildada.
      —¡Gooool, gol, gol, gol! —chilla Raúl, deshilachando los flecos de los cojines de algodón del asiento y sujetando con las piernas un cubo de palomitas.
       —¡Ay, hijo mío!, dile a Marlon que baje a la farmacia a por mis medicamentos.
      —¡Joder, «agüela», eres una plasta! —refunfuña, manteniendo la vista fija en la pantalla del televisor.
       —Niño, habla bien y no le faltes el respeto, porque te vas a tu habitación sin el móvil —objeta Ágata, para luego encararse con Gonzalo y apremiarle a traer las medicinas.
       —Deja de tocarme los cojones; vete tú, que es tu madre.
      —El 9 del Granada recoge un balón cerca de la portería tras un córner después de regatearle la pelota a su contrincante y lanza el esférico con el pie izquierdo a la línea de meta, empatando el partido —interrumpe la voz del comentarista deportivo.
       —Baja el volumen, ¡me duele la cabeza! —protesta Ágata.
       —Sí, las pastillas para la jaqueca son las que me hacen falta. ¿Dónde está Marlon?
       —Que se te va la olla, «agüela»; que el «agüelo» es un fiambre.
       —No, no me apetece comer fiambre y dile a tu padre que no tire la ceniza del cigarro encima de mis zapatillas.
 
       Cuando la turbulencia en el entorno consigue atenuar las aguas, el timbre de la puerta espolea a Gonzalo a recibir la visita. Es la vecina que viene a devolverles un molde de pastelería.

       —¿Qué tal, Merche? Pasa a la salita.
       —Si ya me voy, tengo a los diablillos sueltos por la casa.
       —Discúlpame, voy a cortar el césped del jardín.
      —¡Ah!, que hoy tampoco puedes... Siempre que vengo te escaqueas de nosotras con cualquier excusa, ¿eres de la acera de enfrente?
       —¡Ups! ¡Repítelo, estoy algo sordo!
       —Que si eres un mariquita.
       —Ja, ja, ja... ¿Cuánto hace que no te echas un buen polvo?
       —¡Hola! Estás guapísima. Y tú, Gonzalo, ¿de qué te ríes?
       —Creo que le hizo gracia que le llame marica. Por cierto, toma el molde.
       —No me he reído por eso, sino porque llevas la espalda manchada de pintura.
       —Anda granuja, vete a cortarle los huevos al césped —le escupe literalmente a la cara, Merche, colocando los brazos en jarras.
       —Sí, cariño, cáscatela detrás de los rosales y de paso alégrale el día al mariposón del ático.
      —¡No me digas que a tu pichón le van los nabos! Ahora mismo llamo a mi madre para que se lleve a los niños y me lo cuentas todo con detalle.

      En el jardín, Gonzalo, repantingado en una hamaca, otea la terraza del ático y llama al vecino.

       —¡Hola! ¿Qué haces?
     —Estoy libre, ven cuando quieras. Todavía me acuerdo del subidón de anoche en el cuarto oscuro de Dark Jockey.
      —
De pensarlo, la tengo dura; necesito verte.   
      —Oye, tronco, no me gustan los babosos, Hazte una paja. No soy de esos que tú te piensas.
      —Pero tío, no me vaciles que subo y te corto la yugular.
      —Ja, ja, ja... Si subes te costará cien pavos por polvo oral. De lo demás, olvídate.

      Un leve chasquido metálico en la cerradura distrae la atención de las amigas que todavía ventilan los últimos incidentes reinantes entre la pareja.

      —¡Caray, es tardísimo! Tengo que marcharme.
      —¿Qué ocurre, Gonzalo? ¿Por qué tienes arañazos en los brazos y un moretón en el rostro?
      —¡Bah, no es nada!, me acabo de caer en el rosal con el cortacésped. Ya me pongo una bolsa de congelados y me desinfecto los arañazos.
      —Vaya tunante que estás hecho. ¡Adiós! Yo me abro. Cuídate, te noto pálido.      

 

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados



marzo 04, 2020

Un par de pájaros de mucho cuidado

marzo 04, 2020 33 Comments
¡Hola compañeros y seguidores!
Dado que la semana pasada os compartí una entrada bastante complicada para comentar, pues esta vez os voy a compensar con la alegre lectura de un relato cómico o una parodia policiaca, donde algunos de sus personajes son muy divertidos al utilizar una forma de hablar muy peculiar, es decir con un dialecto mixto de clara influencia gitana y andaluza.
Confío que pueda robaros más de una carcajada, ya que esa ha sido mi intención al escribirlo.
Que paséis un buen rato y ya me contaréis vuestras impresiones que valoro muchísimo.
Nos seguimos leyendo...

     Hace escasas semanas atracaron a punta de pistola a don Ricardo Borriquero. Los hechos tuvieron lugar en la plaza de las Cañas rodeada de tabernas y bares regentados, en su mayoría, por una rancia familia de renombrados hosteleros.     
     Dicho emplazamiento se halla próximo a un local de juegos y apuestas llamado Joker, donde la víctima acababa de ganar una cuantiosa suma de dinero en efectivo, algo que no pasó desapercibido para el ladrón que le siguió a corta distancia después de abandonar el espacio y luego darse a la fuga tras conseguir el botín.
     Una pareja de borrachos que aún se mantenían en pie, apodados el Cubata y el Chivas afirmaron a los agentes de la policía, haber sido testigos del robo, por lo que les invitaron a acompañarles hasta la comisaría más próxima, donde les esperaba el incólume inspector Argimiro Rufián, con un característico tono de voz atiplado y bolsas debajo de sus ojos negros.

     —Siéntense y traten de recordar los detalles que acaban de presenciar en la plaza de las Cañas.
     —zeñor comizario, usté perdone zi le azeguro que no he visto ni un billete ensima de su mesa p'a que empiese a largar —respondió el Chivas con sorprendente desparpajo y autoridad, pues conocía el trapicheo que se gastaba la pasma.
     —¡Mu sierto! —apostilló el Cubata.
     —¡Silencio! Aquí no existen sobornos. O hablan o les meto un paquete por el culo y se van derechos al calabozo ¡por mis muertos!
    —¡Joer, qué dezaborío es usté! ¡Ande, comizario, deme argo p'a que coman mis niños que están mu flacos! —intervino de nuevo el Chivas extendiéndole la mano y guiñándole un ojo para convencerle.
     —Es verdá lo que dise mi cuñao, pazamos muchas fatigas porque naide nos da curro y estamos más tiezos que la mojama. ¡Ande, ispectó, denos argo p'a los chiquillos, si a usté le zobran los dineros!
     —Bueno, ya se verá más adelante, ahora confiesen lo que han visto y dejen de marear la perdiz. ¡Aquí el que corta el bacalao soy yo!
     —Un billete no es n'a p'a usté y a mi me quita de fatigas —interrumpió el Cubata mirando al don Argimiro con ojos de cordero degollao.
     —Si insisten ¡no me bajaré los pantalones! O hablan o les juro por mi santa madre que les chapo en la chabola, par de sinvergüenzas.
     —¡Mú bien, usté manda! Le juro por mis niños, que zon lo más zagrao que tengo, que el choro que ze llevó el parné fue el Napias y en luego aligeró por el túnel de Los Alfanjes, ya conose usté... —confesó por fin el Cubata algo asustado.
     —¿Está usted, también de acuerdo con su cuñado? —le preguntó el comisario al Chivas sin pestañear y con un gesto despótico elevando los brazos y las manos al mismo tiempo.
     —Zí hombre, zí —le contestó en un susurro temblándole los labios.

     —Enga don Argimiro, denos argo de parné que ya l'emos rajao to lo que quería zaber —interrumpió el Cubata
    —¡Fuera de aquí par de julandones! ¡Sois una escoria social!

    En un descuido, el Chivas le sisa al inspector su cartera, quedándose con unos billetes sin que se de cuenta y luego con pericia se la devuelve al bolsillo trasero del pantalón.
     Seguidamente el inspector hace pasar a su despacho a don Ricardo Borriquero que acude secándose la frente con un pañuelo y algo confuso de ideas todavía en su actual estado de estrés postraumático.
     —¡Tranquilícese hombre, que ya sabemos de quien se trata! —exclamó el comisario. Al tiempo que le propinaba un golpe en el hombro y con tanta vehemencia que le obligó a chocar contra una pila de carpetas, las cuales salieron despedidas por el aire, hasta que desgraciadamente una de ellas le impactó de frente y directa al rostro. Obligándole a trastabillarse contra el armario metálico y darse un buen porrazo en la cabeza, desplomándose, a continuación, al suelo. 

     El inspector Rufián, completamente atónito se quedó paralizado en su sillón, hasta que otros agentes acceden al despacho para auxiliarles.
     Transcurrido un tiempo y recobrados los ánimos de los perjudicados, el comisario ordena a los agentes trasladar a don Ricardo hasta el hospital, mientras él actualiza los informes y da aviso a otros policías de paisano para que localicen cuanto antes al posible delincuente. 

     Cuando apenas revisa los ficheros policiales, estupefacto comprende el engaño, pues el Napias está cumpliendo pena por asesinato y no ha tenido ocasión de salir de la prisión.         
     Los dos manguis le han hecho un buen paripé y encima le han robado delante de sus narices. En su aturdimiento suelta un alarido ensordecedor: "¡Gggrrrr...! Sargento Lumbreras vaya inmediatamente a detener a ese par de pájaros, que han volado de la comisaría hace un momento".

 Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

febrero 12, 2020

Historia de amor en «Fa sostenido»

febrero 12, 2020 35 Comments


¡Hola a todos!
En breve se celebra "el día de los enamorados o de San Valentín", ello no significa, que sea partidaria de elegir fechas determinadas para algo tan natural, como lo es el flechazo o el enamoramiento y que afortunadamente sucede de vez en cuando a lo largo de nuestra vida. No obstante, siguiendo la lógica que suele predominar entre los blogueros, a la hora de ponernos de acuerdo para esa coincidencia de eventos tradicionales con los mensajes de nuestras respectivas entradas, pues he optado por compartiros este escrito, que tenía guardado hace tiempo, pero que lo fui posponiendo, hasta que coincidiera con una fecha de estas características a la hora de publicarlo. Lo he dividido en cuatro escenas y separadas por tres asteriscos, como dictan las normas de redacción y estilo. Dicho relato es completamente surrealista e hilarante, por lo que espero robaros mas de una sonrisa. 
Sin más preámbulos os dejo con su lectura, espero paséis un buen rato y gracias, como siempre por acompañarme.

Nerila metió la mano en el cajón con la torpeza de un hipopótamo, creyendo que encontraría el elixir del amor que guardó el día anterior, cuando, después de su última aventura lo dejó en el joyero de ébano, bajo llave, dentro del armario. De repente, la habitación comenzó a desplazarse, alargando las paredes. Parecía moverse al ritmo de la música, unas veces el techo se combaba como si estuviera encerrado en una esfera luminosa y otras, en cambio, tenía la sensación de abandonarse, cayendo a un profundo precipicio... Victima del delirio se vio a la orilla de un enorme acantilado, desde donde escuchó a una anciana que estaba repasando las redes de los pescadores con agujas de reloj y canutillos de hilo de fideo grueso, a la que le preguntó si había visto pasar a un ladrón de corazones y la mujer moviendo la cabeza adelante y atrás le confirmó sus sospechas.

                                                                * * *
La primera vez que Carambola se juntó con sus compinches decidió ser el cabecilla de la banda municipal de delatores, lo que obviamente le originó una enfermedad que pasaría a ser congénita para el resto de su descendencia, por lo que en aquella pequeña localidad se ganaron a pulso el apodo de «los soplones». No es que tuvieran la boca grande o los dientes afilados, más bien era la lengua la culpable, por llevarla demasiado suelta y sin doblarla al bies.
Le encantaba jugar al billar lanzando las bolas al rostro de sus oponentes, que le criticaban su minucioso trabajo policíaco, no en balde se había criado en el sótano de una comisaría, mientras sus padres se ocupaban de desplumar a los incautos vecinos, que dejaban sus casas desiertas, en el instante de irse a trabajar cada mañana. Luego, cuando se hizo un hombrecito, sus padres le dejaron en la calle, lo mismo que a un desecho orgánico, de esta suerte se ganó a pulso el calificativo del «carambola», matando contínuamente «dos pájaros» de un tiro, es decir primero les delataba y más tarde se llevaba la recompensa por su captura, aunque siendo fieles a la verdad, no siempre eran culpables sino que en ocasiones por fastidiarles, los acababa delatando y como su palabra era ley, pues no podían librarse de su condena. 
                                                               * * *
Forzulio siempre iba presumiendo por ahí, diciendo a la gente que sin su amor ella no podría ser feliz, que no conocería a otro igual porque nadie la trataba como él, ni la amaba en silencio y en voz alta, exclamando asomado a su balcón, que tenía entero el corazón dispuesto a convertir su vida en un sueño, comiendo perdices infelices y brindando en las noches de placer, cautivos del amanecer. El no podía evitar quererla tan solo para él, aunque jamás lo quisiera y menos aún sus padres que no cedieron al chantaje, de manera que él se empeñó que les haría un gran favor si los envenenaba a los dos y después cuando cumpliera veintidós, poder llevarla del brazo al altar consumando por fin la relación. Más nunca contó con que el destino tampoco quería ayudarle en el camino y de esta forma un día inesperado, un nuevo galán de pecho almidonado y con uniforme de soldado se lo llevó esposado hasta la mazmorra del condado. Desde entonces se murmura por doquier que de nada le valió presumir, ya que ella seguía viviendo tan dichosa, sin sentir ni siquiera compasión de un truhán que decía ser señor.
                                                                       
                                                              * * *    
Torpido hizo acto de presencia deslizándose por el lago de aquel lugar igual que un pequeño ruiseñor, unos decían que era un trovador y otros pensaban que se trataba del cuervo del mago Bravicundo. Los primeros lo escuchaban a lo lejos o sentados en su orilla y los demás huían despavoridos percibiendo los graznidos con los pelos como escarpias. Sin embargo, el canto del ruiseñor alado inundaba las alcobas de los enamorados y ya no quedaba ninguna duda, que era el instante adecuado a fin de encontrar el manojo de llaves y librar de los cerrojos las puertas de la ignorancia. Por fin, la suerte estaba echada y el momento era el propicio para nombrarle consejero delegado del amor, algo que le cubrió de gozo con embozo y antifaz. Los clarines y timbales atronaron y la lluvia sentimental se desató por todas partes. Las medias naranjas rodaron en busca de sus otras mitades, pero dieron tal brinco que ni contando «a la de cinco», convinieron en asistir al festejo, total que cuando subió al estrado con el propósito de ser aclamado, no había ni siquiera un alma que lo aplaudiese, por lo que huyó deprisa sin ponerse la camisa dispuesto a cantarle un bolero a la luna del alero.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

junio 14, 2019

Cita en el ambulatorio

junio 14, 2019 34 Comments
Al subir las escaleras del ambulatorio notó un fuerte calambrazo en una pierna, que le hizo trastabillarse y rodar como un balón de playa hasta el descansillo, arrastrando en su caída a cuántos pacientes y acompañantes trataban de esquivarla a duras penas, entre aquella marabunta de gente, que a esa hora del mediodía, abarrotaban el centro hospitalario, y que con tan mala suerte tropezaron con Doña Hipólita, que así se llamaba nuestra protagonista.

La buena de Doña Hipólita tenía aprensión a los matarifes, que era lo que ella opinaba de tales profesionales de la salud, pues las experiencias acumuladas no le traían buenos recuerdos, más bien todo lo contrario, y para colmo de males, también era muy supersticiosa, con lo que dicha aparatosa caída la sobresaltó tanto, que se le pasó por la cabeza si era probable que fuera el anuncio de alguna desgracia, por lo que casi estuvo decidida a marcharse a su casa y pedir la consulta otro día que no estuviera gafado, pero después del trabajo que le supuso conseguir aquella cita, se dijo a si misma que no debía pensar en semejantes dislates y como pudo arrastró el trasero con las manos haciendo fuerza en el suelo y ladeando la cadera se giró hasta que logró ponerse de pie. A su alrededor se había agolpado un montón de curiosos, que con el móvil en mano, en lugar de ayudarla no paraban de hacerla fotos con el fin de colgarlas en las redes sociales.

—¡Anda, iros de aquí, cucarachas! ¡No os da vergüenza! —exclamaba fuera de si, dando golpes con su bolso a todos los que pillaba cerca.

Ya en la sala de espera, se acomodó en una silla con los brazos cruzados disimulando su vientre algo voluminoso, con el abrigo entreabierto rozándole el vestido a la altura de los muslos y los pies colgando. La ociosidad del momento la llevó a observar intensamente al resto de individuos que también esperaban su turno. Sus rostros le parecieron los de animales de un zoológico: la jirafa delgaducha y con el cuello tan pronunciado como si estuviera en estado de alerta permanente para que nadie se le colara, el tigre flemático con las piernas tan abiertas, que daba la impresión de estar exhibiendo el récord guiness del "tesoro platanero" que no le cabe en la entrepierna, la gacela de baja cama y alta "costura" con las uñas de garfios felinos deslizándose por la pantalla táctil a velocidad de crucero, el zorro y la zorra vigilando y sin mediar palabra, los gorriones en los cochecitos de bebé emitiendo en directo intermitentes berridos animando la mañana, las marmotas echando una cabezada, las ardillas sonriendo a pesar de la procesión que debían llevar por dentro, la mirada enigmática de los búhos, el cuchicheo de algunas ranas... Hasta que por fin escuchó su nombre y apellidos al dejar abierta la puerta el paciente que la precedía y la ansiedad la dejó la boca seca.

—Tome asiento y cuénteme qué le pasa Doña Hipólita.
—No sé que tengo, pero no me deja dormir. 
—¿Tiene dolores, mareos, falta de sueño?... La noto demasiado pálida. ¿Cómo va de apetito?... 
—Bueno, el caso es que no tengo sueño de noche y en cambio de día me caigo rendida en el sofá, con mi gata encima de mis rodillas roncando también.
—¡Claro, eso es normal! Si no duerme de noche es porque lo hace de día. Debe tratar de cambiar su horario biológico para adaptarlo a las horas de sueño.
—¡Ya quisiera yo! Pero tengo un vecino músico, que toca el trombón por las noches y luego su mujer no para de emitir gritos, susurros y gemidos. No sé si en realidad están dándose un buen homenaje o es que el "concierto" lo dan a dos manos... ¡Comprenda usted, que así no hay quien duerma!
—¡Cálmese doña Hipólita y súbase a esta báscula! La veo demasiado gruesa.
—¡Ayyy que me caigooo doctoraaa!
—¡Vaya por dios se acaba de hacer un esguince! Quédese ahí en el suelo, tal como está, que ahora la voy a poner un vendaje.

Justo en el instante de agacharse la facultativa, nota un tirón en la espalda a la altura de las vértebras lumbares, derrumbándose por el dolor. En esto que llaman a la puerta insistentemente y al abrirse aparece un hombre con bata blanca, que corre a auxiliar a ambas mujeres, quedando completamente abierta.
Los gemidos de la doctora junto a los gritos de la paciente, empiezan a llamar la atención del resto de personas de la sala espera, que poco a poco se asoman a mirar lo que ocurre. 
El espectáculo no tiene parangón, dos mujeres en el suelo y encima el hombre de bata blanca haciéndole el boca a boca, primero a una y luego a la otra, ambas con las ropas sueltas y desabrochadas, sin zapatos y los ojos saliendo por las órbitas. 

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados